"Eduardo González tiene 20 años y es teniente segundo del Cuerpo de Bomberos de Curanipe, balneario vecino de Pelluhue, en el límite sur de la VII Región. La madrugada del sábado González se encontraba trabajando en el camping municipal pero no alcanzó a dar la alerta de tsunami a las personas que acampaban ahí, a pocos metros de la playa. Había acompañado a un grupo de amigos hasta las afueras del camping cuando ocurrió el terremoto, y sin pensarlo dos veces, porque sabía lo que se venía a continuación, corrió a buscar refugio en los cerros.
Unas horas después, cuando el mar volvió a la calma, González y otros bomberos de Curanipe recorrían el camping buscando sobrevivientes. Fue su prueba de bautismo, dice. Algo que no puede borrar de su cabeza. En vez de sobrevivientes encontró cuerpos muy golpeados, a mal traer, dispersos entre el camping, la playa y las calles del pueblo. Los muertos iban siendo apilados entre el cuartel de bomberos y la iglesia. Al mediodía habían recogido una veintena.
En tres días no llegó nadie a socorrerlos. Los primeros auxilios estuvieron a cargo de bomberos del pueblo, en su mayoría jóvenes sin mayor experiencia. Las cosas cambiaron a principios de semana.
Con la llegada de los efectivos de la fuerza de tarea de Atacama, un grupo especializado de más de cuarenta personas, los bomberos locales pasaron a ocupar funciones menos especializadas, de bajo perfil pero no por eso menos importantes. Ricardo Vega, de 25 años, es voluntario del Cuerpo de Bomberos de Chanco. La tarea que le asignaron desde un comienzo es de suma utilidad, aunque nada de grata. Vega está a cargo de la improvisada morgue que se levantó al interior de un camión frigorífico para conservar los cadaveres no identificados. Cuenta que hasta entonces había evitado mirar a los muertos en los velorios, pero ahora ha debido ver varios cuerpos mutilados. “Lo más fuerte son los niños. Yo creo que todos vamos a necesitar atención sicológica”, dice.
Para los rescatistas especializados que buscan esos cuerpos la prioridad ahora se volcaba bajo el puente del río Lo Parra, al sur de Curanipe, donde habrían ido a parar varios ocupantes del camping. Una vez que se desató el tsunami, probablemente con la segunda o tercera ola, el mar entró con tal fuerza por el curso del río que echó abajo el puente, provocando un dique con todo lo que encontró a su paso.
Aún no se sabe cuántas personas murieron en el camping municipal de Curanipe. Tampoco cuántas sobrevivieron. El camping no llevaba un libro de ingreso, y en caso de haberlo llevado, se lo habría llevado el mar. Con excepción de la figura de San Pedro, patrón de los pescadores, en ese sector no hubo nada que no fuera arrasado por el mar. Ahí también estaba la caleta y el sindicato de pescadores, marisquerías, restoranes, una feria artesanal y una escuela de surf. Inmediatamente después de todo eso, en medio de un bosque de pinos, estaba el camping.
Eduardo González, el joven bombero del pueblo, calcula que ese día acampaban cerca de 200 personas. En particular recuerda a un grupo de adultos mayores que unas horas antes habían llegado a bordo de un bus. Y también a esa familia de 13 personas que tiene al dúo chileno de rancheras Juanita y Miguel entre sus miembros más destacados. No se ha vuelto a tener noticias de los abuelos. De la familia, sólo una niña de 12 años apareció con vida.
Consuelo Herrera se ha convertido en otro emblema de la tragedia. Salvó de milagro y logró reunirse con su padre, que llegó de Santiago al enterarse de que un tsunami había barrido la zona. En internet circulan cadenas de emails que buscan juntarlos, mensajes de Twitter que piden ayuda para Consuelo durante toda la semana y por Facebook se propaga su historia. Pronto se convertirá en portada de muchos medios. Lo cierto es que ya el martes Consuelo y su padre se han instalado juntos a observar las tareas de rescate que emprenden los bomberos de Atacama al fondo del puente El Parrón. Unos días atrás, en ese mismo lugar, apareció el cuerpo de Matías, hermano de Consuelo, de ocho años. Ahí mismo esperan que aparezca el cuerpo de la madre de los niños, además de tíos y primos a quienes se los llevó el mar.
Todos quieren ayudar
El otro camping de la comuna de Pelluhue estaba en la zona Mariscadores, muy próximo a la playa, al momento en que el mar inundó la costa y volvió a recogerse para irrumpir con dos o tres olas gigantes que terminaron por arrasar una población completa.
Esas casas, especialmente las que había en torno a la Avenida Adán Fontealba, principal acceso al pueblo, desaparecieron casi por completo. En muchas de ellas quedó sólo el radier, un dibujo en la arena que permite hacerse una idea de lo que hubo ahí hace pocos días. Algunas casas permanecen semi enteras pero desplazadas varios metros de su lugar original, unas arriba de otras, partidas o reducidas a astillas.
En ese escenario de desastre, rescatistas de tres compañías de bomberos del país buscan víctimas del tsunami. Están a cargo de José Sánchez, comandante del cuerpo de Bomberos Metropolitano Sur, que tiene su puesto de mando en la plaza de Pelluhue. Los bomberos se ven perfectamente equipados y tienen conexión radial y generador de electricidad. Pero en terreno las cosas son distintas.
Un rescatista del cuerpo de bomberos de San Javier, que viene de remover escombros en busca de cadáveres, dice que la descoordinación entre las instituciones es mayúscula. Dice esto en companía de sus compañeros de San Javier, al tiempo que observan con desdén a un grupo de bomberos de Los Andes que entierra bastones en la arena en busca de cuerpos humanos.
“Jamás van a encontrar algo ahí”, dice uno de ellos. “La mayoría de los cuerpos están bajo el mar y van a aparecer flotando al cuarto o quinto día, una vez que se hinchen”.
A esas alturas la historia de Pelluhue está en todos los medios de comunicación. Todos quieren ayudar. Caravanas de autos llegan desde las ciudades del interior y buscan a quién entregar ropa, víveres o lo que sea. Aparecen con sus cámaras fotográficas y a ratos parecen turistas en una zona devastada. Todos los esfuerzos parecen concentrarse acá y cada uno cree estar haciendo lo mejor. Pero los bomberos dicen no necesitar más refuerzos y en la municipalidad se quejan de que traen cosas que no sirven y desarman una organización que busca priorizar por necesidades.
En lo alto de Pelluhue Tolentina Sánchez es la tía del hogar de menores del pueblo. Está a cargo de 28 niñas que acampan sin imaginar el desastre que hay más abajo. Para ellas son casi vacaciones. Su historia se ha transformado en un imán para todos los voluntarios que pasan repartiendo ayuda, pero ella dice que ya no necesita nada más y ya no acepta los ofrecimientos. Sabe que más allá hay quienes sí requieren alimento y ropa. La falta de organización ha generado una sobreoferta de ayuda para algunos y escasez de apoyo para otros. Sobre todo para los pueblos del interior, los que no tuvieron tsunami y no han salido en television.
Este fenómeno hace también evidente el desequilibrio entre la avalancha de ciudadanos comunes que llegan cargados de regalos y el modesto apoyo que pueden entregarles las autoridades locales y nacionales. Y hace crecer también las críticas por la falta de presencia del gobierno en terreno.
Carroñeros
Mientras los grupos de rescate hacen lo que pueden en su primera jornada de trabajo, decenas de personas recorren la zona cero de Pelluhue recogiendo prendas de vestir, utensilios o cualquier cosa de valor que encuentren o puedan llevarse.
Los residentes del lugar que sobrevivieron cuentan que esta situación se dio inmediatamente después de ocurrido el tsunami. “Por la mañana vine a intentar recuperar algunas cosas que eran mías y me encontré con gente que me las quitaba de las manos”, se queja uno de ellos.
A pocos kilómetros de ahí, a la entrada del balneario de Curanipe, donde se aprecian un camion enterrado boca abajo en la arena, el profesor Jaime Villaseñor protesta por lo mismo. Su esposa tenía un negocio de ropa americana al que llamaban el Shopping de Curanipe y que resultó arrasado por el mar. Mucha de esa ropa quedó dispersa en la arena y el profesor Villaseñor observa con indignación cómo cualquiera pasa, la recoge y se la lleva.
Pero no todo es carroñería. También hay personas que buscan objetos que le fueron propios y que inútilmente intentan recuperar. En Pelluhue, junto a una familia que procura reunir lo que fue un juego de loza y vajilla, un hombre mayor va en busca de lo que quedó de su furgón utilitario. Su nombre es Bernardino Sandoval, padre del joven artesano de Talca que dio la vuelta al mundo por una foto de la agencia AP donde apareció retratado desde la zona cero de Pelluhue con una bandera chilena recogida de la arena. El furgón se lo había prestado a su hijo Bruno y aparecerá convertido en chatarra, a varios metros de donde estaba estacionado mientras su hijo se convierte en rostro de la campaña “Chile ayuda a Chile”.
Cerca de ese furgón se avista a la familia de Ernesto Aguilera, de 78 años, a quien se le perdió el rastro la madrugada del tsunami. Su esposa alcanzó a escapar con su nieta de 10 años al momento en que irrumpió la segunda ola y ahora guía a rescatistas de bomberos, pues supone que su esposo quedó atrapado en las entrañas de una casa que se desplazó varios metros de su lugar original.
Han transcurrido varias horas de trabajoso rastreo cuando un familiar llama a detener la búsqueda. Viene llegando de Chanco, localidad vecina donde se derivan los cuerpos de los fallecidos no identificados de la zona, y acaba de reconocer al anciano. Tres días después del tsunami fue regresado a tierra por el mar. "
Fuente: CIPER - Chile
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(Fragmento)
"Curiosa y patéticamente el alcalde Verdugo (4) no se apersonó hasta el día de hoy (07.03) a visitar a estos albergues, es más, en disputas de poder en medio del desastre (el poder por el poder), arrebató la distribución y acopio de alimentos a los esforzados y valientes bomberos voluntarios, pasando a llevar de por medio el liderato natural de los únicos que desde el primer momento se hicieron cargo de la situación con los más altos estándares de eficiencia y humanidad y por supuesto sin remuneración alguna; con sólo diez cascos, diez pares de botas y recursos propios, sin que el Municipio les diera un litro de combustible para el carro-bomba y las camionetas: rescataron víctimas, acopiaron y transportaron agua potable, distribuyeron alimentos, despejaron calles de artefactos y edificios peligrosos y un cuánto hay de actividades en beneficio de la comunidad; pero como suele suceder, los tecnócratas y su miseria funcionaria siempre terminan por vencer."
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